No sé si todos los pronósticos señalaban al señor Gore como vencedor del último premio Nobel. Los motivos son, según se lee en la prensa: “sus esfuerzos para construir y difundir un mayor conocimiento sobre el cambio climático causado por el hombre y poner las bases para las medidas para contrarrestar ese cambio”. Cuando el aparato mediático se pone a trabajar es capaz de lograr pasar por modélico lo que no es sino una muestra definitiva del nuevo imperialismo en el que vivimos sometidos. Éste, como todo Imperio a lo largo de la historia se define por el dominio del poder, mediático, militar, económico, político y social. En nuestras sociedad, como ya han estudiado los sociólogos y filósofos, ese poder se ejerce de formas no violentas, (aunque esto es relativo), sino de formas trasparentes, o líquidas, o eróticas, según se ha dicho. La conciencia ecológica es la nueva arma de la que se dispone para ejercer ese dominio, y Al Gore es el representante más puro de esta nueva actitud de sometimiento total que se viene practicando sobre la ciudadanía.
Me explico, el problema del cambio climático no es nuevo, sino que ha sido denunciado durante años por asociaciones ecologistas y grupos minoritarios que se oponían a las prácticas descontroladas de las empresas en lo que al cuidado del medio ambiente se refiere. Quizá el ejemplo más llamativo y mediático ha sido siempre Greenpeace, pero en realidad esa labor ha venido siendo realizada por todas aquellas agrupaciones civiles que de forma más silenciosa, y movidas por su afición a la naturaleza practicaban unos valores de respeto y cuidado hacia el medio ambiente.
El cambio que se ha operado en las altas instancias, tanto del tejido empresarial como de sus políticos, procede obviamente de la fuente principal de recursos: la Tierra. En un mundo globalizado, donde los recursos energéticos se van reduciendo, es más fácil percibir los efectos globales que tienen los daños sobre la naturaleza. Aunque la explotación técnica y sistemática del medio comienza con la primera industrialización, el capitalismo, en su lógica expansiva encontraba nuevos espacios en la periferia, como fuente de materia prima (no solo natural, sino por supuesto también una nueva fuerza de trabajo). El límite está marcado por la propia Tierra, y desde la caída del comunismo y la expansión del capitalismo a prácticamente toda la Humanidad (salvo algunos reductos anacrónicos y pintorescos), ese “cierre” se ha logrado, con las consecuencias naturales y sociales que esto tiene para todos los que habitan el planeta.
Si el medio ambiente es limitado, entonces tiene valor estratégico, y adquiere interés por parte de los grupos de poder. Así que surge la necesidad de legitimar el nuevo control de la naturaleza antes no computado; mediante un discurso levemente al margen de lo oficial como para aparentar ruptura, renovación o cambio, pero a la vez lo suficientemente cercano como para que no resulte demasiado contrario al establishment y no altere el status quo existente. Ése es Al Gore. Una verdad incómoda continúa siendo el reflejo de una sociedad basada en el consumo en cuya esencia (desde el carbón al coltán, y desde la masa proletaria inglesa a las fábricas en Bangladesh) se halla la explotación ligada a la globalización económica como eje que mueve -o “dinamiza”- la sociedad[1].
Siendo crítica de lo obvio pretende remover conciencias y hacer ver. Pero, ¿qué conciencias? La de los ciudadanos en primer lugar, para que adviertan el grave peligro en el que se hallan ellos y el futuro de sus hijos, amenazado por un ominoso cambio climático que en efecto puede resultar devastador. La de los poderosos en segundo lugar, para que, con el paternalismo habitual, tomen medidas para paliar en la medida de lo posible ese fenómeno, que si bien no lo revierta, al menos lo controle, y no resulte tan catastrófico. El argumento del miedo no es nuevo, sino una constante en nuestra sociedad (esto podría conducirnos a Michael Moore, pero, como decía M. Ende, “eso es otra historia”), además resulta muy efectivo, porque, quién no ha polucionado más de lo necesario alguna vez, quién no ha tirado una lata a la calle, o escupido un chicle, o arrojado una botella de cristal en el contenedor que no le corresponde, o dejado unas pilas en cualquier sitio, lejos de los puntos verdes. Como el cristianismo, esta nueva moral se ceba en la debilidad humana y en la culpa, y eso siempre da buen resultado. Porque es algo que nos afecta a todos, no hay que olvidarlo. Tanto las empresas como nosotros debemos actuar.
Esta es la conclusión que abre el nuevo mercado de lo ecológico. Como una Aufhebung hegeliana, la negatividad es un recurso que permite, que induce, que incluso obliga al consumo, entendido como liberación de los productos contaminantes, que tan dañinos y perniciosos han sido para todos; como renovación para una naturaleza agonizante que pide nuestra atención; y como expiación para una humanidad culpable que ahora toma conciencia de sus pecados. Cuando la ideología dominante es percibida por los ciudadanos como una necesidad irrenunciable, [es cuando] se consigue la mayor perfección en el control de las masas. Hay que desprenderse de lo antiguo, y comenzar a comprar coches ecológicos, que las propias empresas, conscientes de este nuevo mercado, se han afanado a producir y comercializar. Todos lo electrodomésticos son susceptibles de mejora, y todos sus propietarios han de ser conscientes de la necesidad de adquirir unos nuevos, más respetuosos con el medio, que permitan el “desarrollo sostenible”. Esta idea ha adquirido la condición de dogma quasi-religioso, al igual que los valores ecológicos, que se han globalizado. Esta dinámica se completa con viviendas unifamiliares en entornos naturales, el turismo rural, el fomento del Estado del reciclado y, por supuesto, con una nueva conciencia empresarial de responsabilidad social y ecológica.
Al Gore es, además, una figura perfecta: vencedor moral, aunque derrotado en unos comicios más que dudosos, resurge como figura ejemplar y moralizante, como un héroe que ha debido luchar contra las adversidades y la incomprensión para conseguir difundir su mensaje. Es el representante del cambio de actitud en los foros económicos y políticos, y gracias al nuevo evangelio (la “buena nueva”, recordemos), del cambio también de la sociedad en su conjunto. Auspiciado además por el gremio de impostores que tanta autoridad parecen poseer en Estados Unidos (y también en España, por alguna razón que se me escapa), ha conseguido publicitar y extender su documental por todo el globo. Leonardo di Caprio, un conocido intelectual, ha amparado su proyecto, ya que es un ecologista convencido y practicante, como todos los green fakers[2] que han conseguido colar a Al Gore entre la lista de Nobeles para su regocijo y su tranquilizada conciencia moral.
El nuevo discurso de Gore es un acicate para la reconversión de la que se benefician las empresas de electrodomésticos, construcción, motor, transporte, y un largo etcétera. La banca orienta sus inversiones sociales a proyectos de conservación con la esperanza de ganar nuevos y responsables clientes. Una verdad incómoda, por último, se puede encontrar, para quien no lo haya visto, junto al último número de National Geographic, como no podía ser de otro modo. Quisiera insitir en que esto no se debe a un maléfico complot de empresarios o asociaciones más o menos ocultas, sino que es consecuencia de la propia lógica capitalista en la que nos hallamos. Pensar otra cosa a este respecto es como buscar fantasmas o personalizar los males, por ello el Señor Gore no deja de ser un mero signo, y su interés se reduce meramente a su valor representativo, más que a algún tipo de maledicencia personal.
Pese a no considerarme postmoderno, hay una obra de Baudrillard que puede ser referente se nuestra actual situación, El Crimen Perfecto: el discurso ecológico ha eliminado la realidad natural misma. La triste consecuencia es que la Naturaleza misma ha desaparecido como tal, extinguida por la sociedad, y sólo deja su sombra o trasunto, en las palabras de estos representantes de nuestra nada cotidiana. No debe extrañarlos, ya que aquí en España ya fue Príncipe de Asturias, (parece que buscamos ir siempre por delante). En conclusión, a pesar de los innumerables conflictos bélicos que desangran a la humanidad, y la alejan de sus ideales, como profecía social autocumplida, en Suecia han decidido darle el Oscar de la Paz a Al Gore por su Obra. Sin duda aquel inventor de la dinamita estará asintiendo apaciblemente en su tumba: “se lo merece, admirémosle”.
A.M.S., Agradezco los sagaces comentarios de J.A.S.O.Algunos links interesantes:
http://www.rebelion.org/africa/030618delicado.htm
http://www.libertaddigital.com/noticias/noticia_1276311252.html
http://www.labolsa.com/cronica/15314/
http://radaronline.com/features/2007/08/barbara_streisand_al_gore_hypocrisy_leonardo_dicaprio_1.php
[1] Que esa explotación adquiera un carácter voluntario por parte de los agentes que gusten del consumo y de sus hogares hipotecados es otro tema. El consumo es atractivo por definición, al igual que el dinero. Por eso no tiene sentido echar la culpa a las personas como responsables, la propia objetividad del tejido social se encarga de diseñar la moral del consumo
[2] “Falsos verdes” denominación de J. Bercovici para toda la caterva de Hollywood y alrededores que se dice ecologista desde el cómodo sillón de sus jetts privados. Esto es lógico, dado que el éxito está en EE.UU. indisociablemente ligado a su legitimidad. La riqueza es obtenida por las celebridades porque la merecen, y se espera del resto de mortales que admiren esa superioridad y les rindan tributo desde las salas de cine.
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